Marcelino se va, la fe se queda
Durante más de 20 años lo primero que veía cada mañana era uno de los banderines de la final del agua y un recorte de prensa clavado en el corcho de mi habitación: “El Valencia fue un desastre en Karlsruhe (7-0)”. Mi hermano se encargó de recortarlo y colgarlo.
Todavía conservo una entrada del Valencia – Nantes, partido de vuelta de la UEFA en la primera eliminatoria de la temporada 93/94. En la ida en Francia se empató a uno, marcaron primero los locales en una gran jugada en la que intervino el que acabó siendo un clásico de la liga: Makelele. Aquel que el Valencia pretendió mientras estuvo en el Celta. Empató el partido Mijatovic, tras irse del portero, después de un gran pase al hueco de Penev. Entonces La 2 de Televisión Española retransmitía partidos, otros tiempos.
En la vuelta se empató a uno también y el partido fue a la prórroga. Durante los 90 minutos se adelantó el Nantes primero de nuevo con un gol que se comió Sempere. Y empató Penev de penalti, tras una falta dentro del área de Karembeu -otro que, como ya sabemos, acabaría en España- a Arroyo. Por cierto, le perdonaron la expulsión, para que se fuera acostumbrando… En la prórroga marcarían dos grandes futbolistas: Pepe Gálvez de cabeza a centro de Mijatovic (el estadio coreó a Gálvez ya hasta el final) y Fernando a pase de Penev, tras una gran carrera de Lubo.
En la siguiente ronda tocó el famoso Karlsruher. En la ida se ganó 3-1. Nadie esperaba que en la vuelta, en Alemania, nos fueran a meter siete. Más aún cuando íbamos líderes en esa misma jornada en la Liga española. En el Luis Casanova a Oliver Kahn, que ya nos empezaba a maldecir, le marcaron Mijatovic y Penev por partida doble, el primero tras un gran regate con el que dejó atrás al defensa y el segundo tras una combinación con Camarasa que levantó a todos del estadio.
La derrota en la vuelta escoció todavía más porque el año anterior Fonseca, con el Nápoles, ya nos había metido cinco en la primera ronda. Eran malos años en Europa para nosotros. En una entrevista a Eloy Olaya me contaba que ni él ni ninguno de los que saltaron al césped en Alemania aquella fatídica noche se explican qué les pasó aquel día. Todavía no encuentran la explicación.
Los de Neville se encargaron de dejarnos un nuevo 7-0 contra el Barça y me encargué de colocarlo junto al anterior.
El otro recordatorio frente a mi cama, como decía, era el banderín de la final del agua en Madrid. La derrota del diluvio universal, como el que está cayendo estos días. Mijatovic empató de falta tras adelantarse Manjarín en el Bernabéu. Después se suspendió el encuentro. Luego ya sabemos lo ocurrió: tres días de espera para que el Depor, nada más reanudarse el partido, marcara gracias a Alfredo.
Eloy me decía que los días previos se discutió si había que jugar lo que quedaba o repetir todo el encuentro. Según el propio jugador: el debate generado, el caos que les llegaba y sobre todo, que prepararon y pensaron antes en la prórroga que en los once minutos restantes, propiciaron que no levantáramos la Copa del Rey. Además el Depor nos tenía ganas después de que el año anterior Djukic no metiera el penalti que les daba la liga. El Valencia había eliminado previamente al Corralejo, Salamanca, Madrid, Mallorca y Albacete, pero no conquistó la Copa que sí hemos ganado esta última temporada.
Hiddink, pese a la humillante derrota, hizo jugar muy bien al Valencia. Paco Roig inició su etapa al frente del club el año de la final del agua y Parreira, que venía de ganar el Mundial del 94, fue destituido a tres jornadas del final de Liga. Penev se marchó tras esa temporada… y a todo esto (y a mucho más y peor) no solo sobrevivimos, si no que tenemos que recordarlo a la hora de juzgar el presente y reafirmarnos en nuestro equipo, por eso estaba en mi habitación. Forma parte de nuestra historia, de los 100 años.
A Marcelino le recordaremos, entre otras cosas pero sobre todo, por la Copa. Se cierra una etapa. Otra. Veremos qué pasa en la siguiente. Viene una nueva aventura, y Lim se va a seguir equivocando, como lo hicieron otros. Después de la rabia, de los ríos de tinta en cualquier dirección, toca seguir. Marcelino ha demostrado que siempre se puede creer, que lo importante es el balón y lo que ocurre en el césped. Lo demás: cosas de ricos, de sillones y de nombres que no importan tanto.
El recorte de prensa de su adiós tiene su hueco en mi muro. No es una derrota, no es ni siquiera por él, pero sirve de recuerdo de qué es lo importante y por qué siempre seguimos.